Cuando la tierra baila los elementos le siguen el ritmo, es la  coreografía de la canción del horror y hasta las nubes, que normalmente  nos observan impasibles, parecen asustadas en Osaka.
 Una ciudad bendecida y bañada por un mar interior, como el  Mediterráneo, el Mar Interior de Seto. Osaka es raramente el chivo  expiatorio de la madre Gea. Aun así, ayer cantó a capela, mientras  tierra, agua, fuego y aire bailaban frenéticamente en todo Japón. Al  micro un coro de barcos chocando contra tierra firme, edificios  desplomándose, sirenas y llantos de pavor.
En el piso 16, de un edificio más en el centro de negocios de Osaka,  un casi recién llegado de Barcelona, incapaz de sentir el balanceo  inicial, ignorante de todo lo que está por llegar se suma a las bromas y  risas de sus compañeros, cuando el edificio empieza a oscilar.
Segundos más tarde el mundo es un lugar totalmente distinto, las  risas se tornan frías y oscuras, pero no se detienen, a medida que la  sala se da cuenta de que hoy sí baila la Tierra su fúnebre canción. Las  miradas cambian, nadie se atreve a decirlo, pero la risa ya es solo  circunstancial. Y aún así, nadie imagina lo que está por llegar.
Cuando el edificio deja de balancearse como si fuera un péndulo, los  pequeños temblores que antes causaban mareo y sorpresa pasan  desapercibidos con solo el mecer de las cortinas y las  nauseas advirtiendo que la canción aún suena de fondo.
Aquello que parecía que nunca iba a terminar, se ha calmado y ahora  la capacidad de racionalizar parece volver, todos respiran tranquilos y  las bromas se suceden. Hasta que alguien enciende la televisión, y en  directo emiten la coreografía de la muerte. De manera totalmente  surrealista, el agua se traga la tierra y con ello todo lo que se  encuentra a su paso. Barcos, coches y gigantes contenedores de metal,  son solo grumos en el cóctel de destrucción.
Tras una hora larga de pequeños movimientos, la tierra ha dejado de  bailar en Osaka, pero algo dentro de sus habitantes sigue reverberando.  Cada 10 pasos que das, 2 te hacen sentir que todo vuelve a empezar. Es  el estribillo pegadizo de esa odiosa canción que no puedes dejar de  cantar.
La semana pasada perdí el móvil, y eso me permitió recapacitar,  recordar que lo compré para estar cerca de los míos, no más alejado de  la realidad. Ahora, la canción de la tierra, me recuerda que estamos  aquí por poco tiempo, que el suelo que pisamos también tiene vida, y que  los prejuicios y diferencias que existen entre los que la habitamos nos  separan. Me entristece que sean las catástrofes lo que nos une. Pero no  queda otra que alegrarse, pues ni yo, ni nadie cercano o sus allegados  han sufrido ningún daño. Desafortunadamente no se puede decir lo mismo  del resto del mundo, donde las catástrofes y las guerras truncan la vida  de muchos otros. A todos ellos dedico este texto y si con él puedo  hacer que tú reflexiones también un poco me sentiré  feliz.
Fede.

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